Hay dos vías para llegar al poder: una es la vía democrática, a través de Elecciones, y otra el derrocamiento. En una coyuntura de crisis de partidos, llegar al poder por la vía electoral se complica. Partidos débiles, sin credibilidad, sumidos en la corrupción, sin propuestas y sin líderes. Sus posibilidades de tener un electorado que les permita ganar son pobres.
Quienes aspiran llegar al poder, o regresar a él, les queda la vía del derrocamiento, el cual puede ser por el azuzamiento social, o por la vía de la violencia. En México, al parecer intentan crea una especie de híbrido, azuzando, para luego hacer uso de la violencia con guardias bancas, incluso terrorismo, lo cual está más difícil.
La toma del poder no parte de un deseo subjetivo, ni mucho menos desde el revanchismo o la frustración. Se parte objetivas condiciones sociales, del manejo correcto de las contradicciones, de analizar posibilidades y manejo de coyunturas, leer contextos y dar correcta interpretación.
En México, aún no sabemos cuál es la capacidad de movilización de los que trabajan en la conspiración y el derrocamiento. La acción realizada el pasado sábado para demandar que el López Obrador deje la presidencia, no solo fue grotesca, terminó revirtiéndose, como se vio el Redes Sociales.
Nos recordó aquella marcha a pie, en donde las señoras y señores participantes llevaron a sus trabajadoras a cargar las mantas, lo cual fue un insulto para México. Ellos nunca entenderán el mensaje que envían a la mayoría de los ciudadanos, a lo académicos e intelectuales, a los estudiantes y jóvenes de México. Para los complotistas, ellos no existen, no son parte de su exclusivo grupo de carros de lujo y refinado tren de vida, lo que piensen les importa un comino.
Los conspiradores consideran un triunfo haber salido en siete ciudades, no asombra su elemental nivel de compresión histórica, sin una idea de que toda estrategia que pretenda ser seria para llegar al poder es aliarse con el pueblo, trazarle un programa, ofrecerle un proyecto, no insultar con sus carros de lujo.
Seguirán protestando, saldrán con cacerolas, ropa sport de marca, lentes obscuros finos, cremas para no quemarse, abanicos españoles y coloridas sombrillas, a gritar que tienen hambre. Nosotros siempre creímos que solo a los payasos, porque es su profesión, les gusta hacer el ridículo y que se rían de ellos. Pero no, ahí están los complotistas creyéndose héroes nacionales, salvadores de la patria. Que divertidos.
Están peor que los cómicos, porque ese su trabajo, los complotistas viven del pueblo. No han entendido, porque su esquema mental tiene límites, que solo el trabajo de los empleados es lo que genera riqueza y ellos se apropian de las guanacias. Los trabajadores les pueden dar una patada en el trasero a los patrones y no pasa nada. Lo patrones no pueden prescindir de los trabajadores porque se mueren de hambre.
Mientras van de lo grotesco a lo ridículo, el proyecto alternativo de nación de López Obrador avanza, agradeciendo a los dioses del olimpo tener enemigos tan torpes e ignorantes. O no.