En cuarentena hay tiempo de nostalgiar (creo no existe esa palabra, o no existía más bien), y como recibimos varias felicitaciones por el trabajo pasado, y hasta me dijeron que recordé la infancia de dos que tres, pues sigamos con el tema para no enredarnos con el coronavirus y dejemos que los especialistas hagan su chamba. Nosotros, seguir las recomendaciones con puntualidad. Cerremos ojos y oídos a los agoreros de la fatalidad.
Les contaré cómo no pagaba en la panadería, me quedaba el dinero para a jugar “a las aguilitas” o comprar una golosina: En mi viejo barrio, (sin hacer promoción a ningún antro), había una panadería que se llamaba “Royal”, por Isauro Venzor pasando Progreso, La atendía un señor mal encarado pero buena gente que se llamaba “Lolo”, nunca supe el nombre completo.
Por Zarco, antes de llegar a Francisco Sarabia, vivía un militar retirado, no se si Capitán o Mayor, se llamaba Agapito. A don Lolo y a Don Agapito los hizo amigos y rivales un juego, el ajedrez.
Entre cinco y seis de la tarde, me sentaba en la puerta de la vecindad done vivía para ver pasar al militar, un señor ya entrado en años, gesto severo, andar pausado por algo de obesidad, con uniforme, quepí y pistola al cinto. Se dirigía a jugar ajedrez a la panadería “Royal” con Don Lolo.
Me metía a la casa y me ofrecía traer el pan, tomaba mi bolsa de papel de estraza, me esperaba unos quince o veinte minutos. Luego me iba a la panadería dónde Don Lolo y Don Agapito, ya estaban concentrados en el tablero.
Yo escogía el pan, para lo cual me tardaba algo de tiempo, después me paraba a ver el juego, muy quietecito, sin hacer ruido, los jugadores buscando como crueles caníbales comerse a la reina, o verdaderos sicarios matar al rey.
Yo no tenía ni idea de como se jugaba, ya con mi pan en la bolsa, cuando los veían mas concentrados, me salía sin pagar, al otro día lo mismo, Ni Don Agapito ni Don Lolo se dieron cuenta de mi pillería. Mi temor fue siempre que me “cacharan”, llevaran de una oreja hasta mi casa a dar la queja, nunca sucedió tal cosa.
Jugábamos mucho futbol descalzos, con balón de hule, en la calle, nos gustaba dar pelotazos a las chicas del barrio que pasaban corriendo. Cuando alguno de los amigos le compraron para navidad balón de cuero, de los que tenían cámara, nos íbamos a jugar a un predio muy grande, le decíamos “la Ciénega”, hoy es una colonia. Porterías delimitadas con piedras y contada su medida con pasos, de la misma manera se delimitaba el campo.
Jugábamos contra equipos de otros barrios, no es por nada, éramos buenillos, no jugábamos con “tacos”, solo con zapatos o descalzos. Nuestros rivales más duros eran los del barrio de Cantarranas. No pocas veces se hicieron los trompones, allí sí nos ganaban.
Nuestro primer uniforme, con tacos y todo nos lo patrocinó el Seven up, luego jugué en otros equipos, terminé de jugar en el equipo de la Prepa Nocturna, ganamos una olimpiada universitaria, lo integrábamos entre otros, Fernando Velazco (el bolas), Vásquez, un chavo de los regios, Jaime Herrera Valenzuela (Calabazo) ya jugaba con el “Aguila Azteca” de Canatlán, Godofredo García (el gordo), Raúl Gómez (el Willi), Raúl Ortega, Guillermo Martínez (La Momia), Donaciano Zaldivar (chano). Sólo de ellos me acuerdo. Yo era malo, pero empeñoso, nunca fui banca. Recuerdos de niñez y temprana juventud que se recuerdan en estos aciagos. O no .