Antes de que se establecieran los sindicatos en las universidades, los trabajadores administrativos carecían de seguridad social, salario fijo, una actividad específica y otras condiciones laborales desfavorables.
Los trabajadores administrativos realizaban trabajo doméstico en la casa de los directores y funcionarios de la UJED. Su carga de trabajo y pago de salario dependía de su relación con los directores. En navidad recibían de aguinaldo una bolsa con dulces, cacahuates y tejocotes.
Fui parte de la lucha que dieron los trabajadores administrativos de la UJED por regular su situación laboral. Se conquistó el profesiograma, que establecía las características laborales, se establecieron rangos y ramas, con posibilidades escalafonaria. Nadie debía hacer más que la actividad establecida en su categoría.
Se conquistó el tabulador, aplicando un salario base en cada categoría, el ascenso del trabajador le representa incremento de salarios. Tuvimos la sesoría del Sindicato Único de Trabajadores Universitarios (SUNTU) y el gran apoyo de un abogado laborista de origen español Don Fernándo Diez del Real.
En este tiempo, las revisiones contractuales eran desgastantes, más si estallábamos huelga. En esa ocasión estallamos una huelga difícil. Los trabajadores no teníamos acceso a los medios de comunicación, los comunicados los hacíamos a través de desplegados bastante costosos.
Por el contrario, los administradores de la universidad tenia abiertas las puertas en los medios de comunicación para expresar sus puntos de vista contra los sindicalistas, apoyados por las organizaciones empresariales y de derecha nos hacía responsables de que con esas actitudes no vinieran inversiones a Durango.
Los trabajadores resistíamos, cuando solo se vive del salario sin más ingresos para sostener a la familia, el paso de los días se vuelve fuerte presión con la que hay que luchar, alentando la confianza y la moral de los trabajadores.
Así, en fuerte desgaste tanto de la comisión negociadora sindical como de rectoría. Un día serían las cuatro de la mañana, estábamos en el edificio de la junta de Conciliación y Arbitraje ubicada en la calle Victoria, su presidente era el Licenciado Bermudez.
Gullermina Hernández Ochoa, de las mejores dirigentes sindicales que ha tenido la universidad y cuya risa era estridente y contagiosa, y su servidor, también de desenfadada risotada, nos quedamos viendo, todos ojerosos. Empezamos a reír, luego más y más fuertes, luego todos los de la comisión, las risotadas quizá se escuchaban hasta la plaza de armas, era escape nervioso.
No escuchó el licenciado Bermudez, subió a ver que sucedía. No creía lo que veía, una risa colectiva que llegaba a las lagrimas, desconcertado fue a donde estaban los representantes de la administración y les dijo algo así: “Esta huelga debe terminar, escuchen, se ríen de ustedes, les pido que el hablen al Señor Rector y presente ofrecimiento de salida.
No citaron a las diez de la mañana, iba a estar el Rector José Hugo Martinez Ortiz, de feliz memoria. Dieron respuesta que satisfacía la parte sindical, por la tarde la asamblea general acordó levantar la huelga a la que bautizamos como “la huelga de la risa del millón”. También con la risa se vence. O no.