🖊Opinión | Solemnidad de Pentecostés

Soplo sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”

Jn 20, 19-23

Después de haber celebrado la fiesta misionera de la Ascención del Señor, celebramos hoy la gran solemnidad de Pentecostés; marca, llegado al quincuagésimo día, el cumplimiento del acontecimiento de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor Jesús, a través del don del Espíritu del Resucitado. Se cumple aquella promesa en la cual el Señor había insistido tanto, que enviaría a sus discípulos para mirar con claridad su tarea evangelizadora.

San Lucas, introduce el capítulo con la expresión: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar» (Hch 2, 1). Son palabras que se refieren al cuadro precedente, en el que san Lucas había descrito la pequeña comunidad de discípulos, que se reunía asiduamente en Jerusalén después de la Ascensión de Jesús al cielo (cf. Hch 1, 12-14). Es una descripción muy detallada: el lugar «donde vivían» —el Cenáculo— es un ambiente en la «estancia superior». A los once Apóstoles se les menciona por su nombre, y los tres primeros son Pedro, Juan y Santiago, las «columnas» de la comunidad. Juntamente con ellos se menciona a «algunas mujeres», a «María, la madre de Jesús» y a «sus hermanos», integrados en esta nueva familia, que está vinculada por la fe en Cristo. Esta nueva familia alude claramente el número total de las personas, que era de «unos ciento veinte», múltiplo del «doce». El grupo constituye una auténtica una «asamblea» (Qahal en hebreo), según el modelo de la primera Alianza, la comunidad convocada para escuchar la voz del Señor y seguir sus caminos. El libro de los Hechos subraya que «todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu» (Hch 1, 14). Por tanto, la oración es la principal actividad de la Iglesia naciente, mediante la cual recibe su unidad y se deja guiar por voluntad del Señor, como lo demuestra también la decisión de echar a suerte la elección del que debía ocupar el lugar de Judas (cf. Hch 1, 25).

En este tiempo de confinamiento la actividad eclesial no cesa, sea porque nuestras reuniones y actividades pastorales se hacen de manera virtual, pero también porque la oración es nuestra principal actividad; durante esta cuarentena debemos aprender a escuchar la voz del Señor, que nos prepara para ser sus Testigos y nos lanzará a la Misión, tanto programática como paradigmática. 

La primera comunidad cristina en aquel día se encontraba reunida en el mismo lugar, durante la mañana de la fiesta judía de Pentecostés, fiesta de la Alianza, en la que se conmemoraba el acontecimiento del Sinaí, cuando Dios, mediante Moisés, propuso a Israel que se convirtiera en su propiedad de entre todos los pueblos, para ser signo de su santidad (cf. Ex 19). Según el libro del Éxodo, ese antiguo pacto fue acompañado por una formidable manifestación de fuerza por parte del Señor: «Todo el monte Sinaí humeaba —se lee en ese pasaje—, porque el Señor había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia» (Ex 19, 18). 

En el Pentecostés del Nuevo Testamento volvemos a encontrar los elementos del viento y del fuego, pero sin las resonancias de miedo. En particular, el fuego toma la forma de lenguas que se posan sobre cada uno de los discípulos, todos los cuales «se llenaron de Espíritu Santo» y, por efecto de dicha efusión, «empezaron a hablar en lenguas extranjeras» (Hch 2, 4). Se trata de un verdadero «bautismo» de fuego de la comunidad, una especie de nueva creación. En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por una voluntad humana, sino por la fuerza del Espíritu de Dios. Inmediatamente se ve cómo este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo una y universal, superando así la maldición de Babel (cf. Gn 11, 7-9). En efecto, sólo el Espíritu Santo, que crea unidad en el amor y en la aceptación recíproca de la diversidad, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia terrena que quiere dominar y uniformar todo.

Dios nos permita que pronto, muy pronto podamos volver a una nueva etapa, que podamos llamar un nuevo pentecostés, no repitiendo los esquemas antiguos sino renovados por el Don de su Espíritu. Por ahora nos toca a ejemplo de la primera comunidad, estar unidos en oración con fe de que el Señor actuará y en breve las puertas de la Iglesia se abrirán para dar al mundo el mensaje de Esperanza.

Ven Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo, ven dulce huésped del alma, reparte tus sietes dones según la fe de tus siervos, amén.

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