Por Jesús Nevárez
Se terminan las fiestas navideñas, contradictorias, paradójicas. Par unos llena de alegría y fiesta. Para otros con encanto religioso, días llenos de nostalgia y recuerdos, para no pocos, con la tristeza de ver un lugar que no esperaban vació en la cena tradicional. Sin duda, en el comentario campeo el recuerdo de los que se fueron antes de su tiempo por la maldita pandemia.
Iniciamos el año nuevo, con los deseos y las esperanzas de que nos mejore la vida, y así vemos transcurrir el siglo XXI, con sus sorpresas. El desarrollo tecnológico que quizá deja de sorprendernos, porque lo imposible se hace cotidiano.
Soy de la generación que “setentea”, con hijos y nietas que es muy difícil entiendan mi infancia, como yo no entendía la infancia de los que fueron adultos en mi tiempo. Siento que hoy la brecha se vuelva mas ancha entre las generaciones de sobrevivientes, y los jóvenes a los que la vida se les vuelve un reto más complicado, inmersos en los peligros que nunca imaginamos de jóvenes, cuando lo que nos preocupaba era saber dónde había “pachanga” y encontrarnos con alguna chava de la Escuela Normal que nos gustaba.
La raza “mariguanilla” que no le hacía daño a nadie, con su rollo de amor y paz, rockeros de corazón de quienes guardo muy gratos recuerdos, muy pocos sobrevivientes de esos tiempos del pelo largo, un reto y expresión de rebeldía, hoy a los jóvenes tatuados eso les da risa.
Ni mis hijos, menos mis nietos, se imaginan los televisores blanco y negro, menos que en las vecindades pagábamos veinte centavos por verlos, y hasta palomitas y dulces vendían, a diez o quince chicos que nos hacíamos bola en una pequeña sala de cuatro por cuatro metros cuadrados, quizá más chica.
O ir al jardín más próximo para ver las caricaturas que exhibía el camión refresquero, y participar en los concursos para ganarnos una charola, o cuatro vasos de cristal y a veces una caja de refrescos en miniatura. Yo siempre participé bailando, pocos me ganaban y llegaba a casa feliz, con mi premio.
La tecnología no avasalló, y muchas veces no entendemos la influencia que tiene con las nuevas generaciones. La velocidad de la información, o de la desinformación. La tecnología promotora de verdades, y de muchas falsedades. Difusora de la cultura, pero también de la bajeza.
Pero seguimos caminando, sobrellevando de la mejor manera la situación, deseando que haya un giro en el mundo lleno de desigualdad y de gente egoísta que cree que el mundo se hizo para ellos, incapaz de reorientar su vida llena de ambición y construida de la peor manera, sin importarles que todo mudo lo sepa, lo que es peor, creyéndose ejemplares.
Vamos construyendo nuestra utopía, retando las injusticias, luchando contra los que se creen propietarios del mundo y de sus habitantes. Para una parte los que creen que la construcción de la felicidad no es obra divina, sino de respuesta a los poderosos y de lucha contra ellos. Para los poderosos, es combatir a los de abajo, implementar mecanismos de explotación, corrupción, e impunidad y sumirse en el lodo del deterioro.
En este momento, estamos inmersos en nuestro estado en una coyuntura injustificable. La lucha por el poder, sin que el ciudadano tenga claro para que lo quieren; solo vemos soberbia, llegar al poder para lo humanamente más insano, para satisfacer el ego exacerbado y la ambición absurda.
Al final, maldecidos por quienes fueron engañados y manipulados, ellos, felices con las bolsas repletas de dinero porque es lo único que tienen. Lo malo, es que siempre habrá quienes piensen diferente, y esa diferencia se convierte en arma de lucha permanente contra las lacras que roban y explotan. O no.