Gobernar no tiene ciencia”, ha dicho el presidente de la República reiteradamente.
Posiblemente este aserto sea verdad para quien quiera ver el poder público como un divertimiento, como un ejercicio permanente de absolutismo al que no hay quien se oponga. O cuando menos, al que no hay quien se oponga sin sufrir las consecuencias de quien a diario pregona que “la venganza no es su fuerte”.
Sería absurdo negar que este gobierno federal, o quien lo encabeza, pretende fundamentalmente derruir las bases de un régimen que no le gusta y no le convence, neo liberalismo, le dicen.
La dialéctica propia del cambio, los movimientos sociales y políticos de otras regiones del mundo, y la exigencia de los marginados del progreso económico y social de México, tal vez así lo exigían. Ni duda cabe, pero la necesidad ingente de transformar los métodos de la gobernación y de poner por delante a los pobres en la marcha hacia nuevas sendas de convivencia equitativa, no justifican que se dinamiten instituciones y estructuras que constituyen muros de carga del Estado de Derecho nacional.
Es cierto que mas de 50 millones de mexicanos están sumidos en la pobreza y que un creciente porcentaje de ellos sufren de pobreza extrema, pero también es cierto -así lo dicen las estadísticas y los datos duros institucionales- que las políticas de este gobierno poco han contribuido a paliar la situación de nuestro congéneres, menos aún a resolver el fondo de la situación.
Ya ni para que hablar del precario desarrollo económico, auténtico detonador del ascenso social a través de las fuentes de trabajo; o de la inseguridad y avances de la criminalidad; o de la ausencia de las medidas contracíclicas que imponía la aparición de la pandemia que azota al mundo; o de la diaria amenaza de las famosas “mañaneras”, convertidas en patíbulo de honras y prestigios, a cargo de quien debía ser el mejor ejemplo de conciliación nacional y no, como lo es hoy, una especie de conciencia moral que a diario condena, absuelve o castiga sin miramientos, ni remordimientos.
El presidente les ha pegado a todos y de todas maneras. Nadie ha osado corregirle o reclamarle; una que otra tímida y oblicua respuesta, ni ministros, ni gobernadores, ni consejeros del INE han protestado con energía; nadie le ha hecho un reclamo abierto, una exigencia de respeto, a la persona y a la investidura.
Si por mala suerte toca ser mencionado desde el confesionario presidencial, no queda otra que apechugar las andanadas o salpicadas de lodo mañanero. Ahora que, si de plano la cosa se pone seria -algo así como que lo acusen de delincuencia organizada o de lavado de dinero-, pues hágale caso a AMLO y preséntese voluntariamente ante la autónoma e independiente FGR, al fin que ya lo dijo aquel, “el que nada debe nada teme”, si no pregúntele a Rosario Robles.
Y como gobernar no tiene ciencia, pues entonces para que quiere ciencia el gobierno, ¿no le parece?
Cuando menos eso es lo que reflejan los recientes sucesos en torno de 31 ex funcionarios de Conacyt, algunos de ellos destacados miembros de la comunidad científica y tecnológica del país, acusados hace unos días por delitos como ¡delincuencia organizada!, por un Fiscal General que, por cierto, es reciente investigador nacional nivel III y por muchos años empleitado con estas personas por haberle negado ese nombramiento en el pasado, dados sus nulos aportes científicos, salvo un insulso librito que resultó, en buena medida, plagiado.
De por sí, este gobierno ha reducido notablemente el presupuesto de ciencia y tecnología y ha desmembrado algunos de los programas insignias de Conacyt, hoy a cargo de una inefable directora que trabaja invisiblemente por una “ciencia nacionalista”, cualquier cosa que eso signifique, y que finge demencia cuando la han cuestionado sobre esta descocada denuncia.
Esta acción descabellada, que ha provocado la indignación y rechazo hasta de relevantes militantes de la 4T, demuestra palmariamente que al gobierno en turno le importa poco el desarrollo científico y tecnológico del país.
“Gobernar no tiene ciencia”, dicen ellos, y como “el que nada sabe nada teme”, dicen otros, pues allá van ahora contra quienes, como muchos otros mexicanos destacados, han puesto su mejor esfuerzo por llevar a México a la independencia tecnológica, a través del desarrollo científico.
Conozco personalmente a varios de los enjuiciados; Rodrigo Roque, extraordinario abogado, fue mi colaborador en la consejería jurídica del Ejecutivo federal; Dolores Soler y Julio César Ponce fueron mis compañeros en el staff directivo del IPN, del que fui abogado general en dos ocasiones. Meto las manos al fuego por su honestidad y avalo plenamente su capacidad profesional e intelectual.
Yo mismo fui colaborador del Conacyt durante casi seis años y conozco muy bien la estructura normativa de la institución, entre ellas la del hoy vilipendiado Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología, y creo en la limpieza y rectitud de sus acciones.
Así pues, si descartamos la mala leche en este reprobable suceso, lo que queda es atribuir la acción a la ignorancia del poder, porque admitir que estamos ante el poder de la ignorancia sería muy triste para este país.
Creo que sería saludable que Juan Ramón de la Fuente o Claudia Sheinbaum, ambos universitarios preparados y conocedores de los temas científicos, le explicaran a detalle al presidente López Obrador qué es el Conacyt y qué hacen sus centros de investigación y órganos auxiliares, como el Foro cuestionado, para desarrollar la ciencia nacional y generar, entre otras soluciones estratégicas, las vacunas por las que ahora clama el mundo y que México sigue necesitando.
La resurrección de los populismos, sean de izquierda o de derecha, no debería estar reñida con la buena gobernanza. Tan terrible para una comunidad es el gobierno de los corruptos, que hoy se combaten con intensidad, como el gobierno de los ineptos, que repugnan del conocimiento porque no lo tienen.
Gobernar sí tiene ciencia, y mucha ciencia….