Por Faustino Armendáriz Jiménez
«El país estará lleno del conocimiento del Señor».
Cf. Is. 11, 1-10
La semana pasada, la primera lectura tomada del libro del profeta Isaías, nos hablaba de la experiencia de la guerra y la esperanza de un mundo sin conflictos militares ni carrera de armamentos. Este segundo domingo nos muestra la experiencia de la injusticia y su contrapartida de un mundo feliz, una vuelta al paraíso. ¿Cómo será esto posible?
La mejor forma de entender este poema es verlo en tres partes:
La primera parte que desafortunadamente no leemos pero que es esencial para la interpretación, ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío. Algo parecido a la realidad de nuestro mundo: la violencia, la inseguridad, la marginación, injusticia o enfermedad, han dejado un pasaje desolador en el horizonte de muchos hermanos. Pero también allí hay esperanza porque brotará un vástago del tronco que permanece. Ese troco es el espíritu de cada uno de nosotros que no se deja vencer por dura que parezca la situación, nosotros somos esos troncos, testigos de esperanza.
En la segunda parte siempre con lenguaje figurado se menciona que el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que en él vienen todos los dones del Espíritu de Dios: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. Así nosotros debemos trabajar por la restauración del tejido social.
La tercera parte da por supuesto que dicho vástago tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca. Y esto se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con la vaca»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo y la violencia desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.
Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad, incluso hoy parecería algo tomado de un final de película, algo irreal. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia. El tiempo de adviento es un tiempo para estar vigilantes, esto meditábamos la semana pasada, la vigilancia se concretiza en lo que hoy profetiza Isaías: vigilar para dejarnos llenar del conocimiento de Dios. Prepararnos para celebrar la Navidad significa acercarnos a Dios, dejarnos llevar por su propuesta de vida. El Nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida, nos llena del conocimiento de Dios y este nos impulsa a comprometernos para trabajar por un mundo mejor, a tener incidencias en vida cotidiana, sin esto no tendría sentido el Adviento y la celebración anual de la Navidad. Abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que Dios llene nuestro interior y cambie nuestro horizonte, solo así, viendo la vida con Él y como Él la propone, será posible vivir en un mundo de paz y de justicia.
En este mismo sentido, la segunda parte del Evangelio que escuchamos, nos presenta un duro enfrentamiento de Juan con los fariseos y saduceos. ¡Raza de víboras! Es una manera fácil de llamar la atención y de provocar al oyente. La Palabra de Dios nos provoca. No se puede solapar una falta de compromiso social con un pretexto religioso, la emergencia que vivimos por la crisis antropológica del cambio de época, nos interpela a no ser indiferentes viviendo románticamente la celebración anual de la Navidad. Si los cristianos no vivimos auténticamente nuestra fe, si no logramos tener un impacto positivo en la construcción de una sociedad más justa y en paz, nos parecemos a los árboles que no dan fruto y estorban por ende deben ser cortados. Hermanos demos frutos de conversión, nosotros los que nos hemos dejado llenar por el Espíritu de Dios, seamos testigos de los que llevamos dentro. No nos dejemos engañar. Que estas festividades que ya desde ahora empezamos a saborear tengan menos derroche y mayor mística, que todo este ambiente de alegría nos ayude a renovar nuestro Encuentro con el Señor y a construir el Reino que el propuso. Amén.