El sábado pasado mi estimado lector, paseando con mi Mandamás, en el centro comercial que tantos recorridos nos ha merecido…; – oye we, sí me acuerdo que desde que tu criatura te ponía a bailar con las botargas de Dora la Exploradora que acompañaban la inauguración de alguno de los locales del lugar, recorren esos pasillos temblorosos que no te hacen olvidar aquellos años cuando los grados Richter te hacían despertar y sacarte un pe…; nosa situación me genera que uno comienza a charlar bien y tú sales con tus barbajanerías.
– Pues no sé porqué siempre estás predispuesto a que yo voy a decir algo indebido; iba a comentar que te sacaban un pequeño susto a ti y a tu familia; pero ya no diré nada -. Me parece perfecto Zángano.
Y Bueno decía que fue un sábado tan enriquecedor como los que pasamos siempre juntos la Mandamás y su servilleta. Y resulta que el que esto relata ya tenía un hambre que parecían diez; sin embargo, donde Mandamás ordena, no gobierna marinero…; – que bueno para que se te quite lo cule…-; no que ya no ibas a decir nada…; – ya no estoy diciendo nada de los temblores we -.
Resulta que fuimos porque la dueña de mis preocupaciones, quiso ir a cerciorarse en qué “outfit” podía invertir el recurso de la Benemérita “bequita” que lleva el nombre del indígena oaxaqueño que tocaba la flauta al cuidar su rebaño. Pero cuál fue nuestra admiración al escuchar a dos elementos del Heroico Ejército Mexicano que, cual émulos de aquel personaje al que nada le hiso el viento, caminaban por los pasillos de dicho centro comercial; pero en lugar de flautas, tocaban con singular alegría las trompetas.
Fue un momento de angustia de la pequeña Mandamás porque su visita por las diferentes tiendas juveniles tendría que esperar porque yo, ni tardo ni perezoso, saque el teléfono para realizar una transmisión en vivo de lo que sin duda era un “Flashmob” de nuestros castrenses elementos que, dicho sea de paso, tocan…; – a toda madre -. Pues no que ya no ibas a decir nada…; – de los temblores -.
Fueron más de 20 minutos los que estuvimos disfrutando de aquel repertorio que estos miembros de nuestra milicia, estuvieron entonando. Confieso que en un momento dado, mis dos “pieseses” izquierdos comenzaron a pedirme sacarle brillo al piso pero, para no generarle un disgusto y vergüenza a la Mandamás que sólo me observaba detrás de una camioneta que estaba de muestra cerca del espacio donde yo me ubiqué y esperaba que su sacrosanto padre comenzara a cajetearla como es su estilo, reprimí mis instintos bailarines.
Posterior a esa muestra de conocimientos musicales por parte de quienes muchos pensamos sólo se dedican a prepararse para garantizarnos soberanía; nos encaminamos hacia ese recorrido tortuoso de esperar hasta media hora afuera de un probador para escuchar el consabido “no me gustó… No se me ve bien… No va conmigo” y, así, continuar el peregrinar que tanta hambre siguió generando en mi desnutrido cuerpo.
Después de un par de horas. En los que la Mandamás se decidió por un pantalón medio roto y una blusa deslavada, que bien pude haberle hecho con unas buenas tijeras y unos mililitros de cloro, por fin oso espetar la frase que evitó que le viera cara de tlayuda a todas las personas: “vamos a desayunocomercenar ya papi ¿ o no tienes hambre? La verdad que no le respondí, pero sí la agarre de la mano y sin detenerme la saque de ese recinto del consumismo desenfrenado. – No sé cómo es que tu Mandamás te aguanta…-; no que ya no ibas a decir nada. – no dije nada de los temblores -.
Para antojarles, fuimos a rematar a unos buenos tacos encuerados que están allá por el rumbo del bulevar que lleva el nombre del general que lanzó su espada en prenda. Ocho tacuches no bastaron para contener la bestia que se despertó en mí; y cuando estaba a punto de reprocharle al producto de mis hambrunas zas, que dice unas palabras que casi arrancaron unas lagrimas de mis cansados ojos: “Toma papí, comete mi resto, yo no tengo hambre y sólo me comeré dos”. No pude más que agradecer al producto de mis orgullos, por evitarme la pena de pedir una orden más.
– Oye we. Tengo una duda. Son tacos encuerados o flautas -. Bueno se llaman tacos encuerados, pero en realidad son unas flautitas doradas en aceite muy ricas. – ¡Ah! Ya decía yo. Oye, por cierto, hablando de flautas y temblores, me surgieron otras dudas -. A ver dime mi Alter.
– Tú sabes qué es la Falla de Don Andrés -. Claro, pero no es Falla de Don Andrés, es Falla de San Andrés; y es un fenómeno geológico que ocasiona frecuentemente terremotos allá por la zona de Estados Unidos y Baja California, en México y…; – nel we, no me vengas con cuentos. La Falla de Don Andrés es la que nos hace temblar con la cancelación de programas sociales y la que está mandando a terapia intensiva el tema de la Salud. La Falla de Don Andrés es la que está dividiendo a los mexicanos, acusando todos los días a los conservadores moralmente derrotados, a los fifís, a la prensa sicaria, a los corruptos, a los que no piensan como él, para justificar su ineptitud y su ineficiencia. La Falla de Don Andrés es la que nos sacude cuando pretende estafar con la rifa de un avión… Que no entregará un avión al ganador y que, por estar con esa estupidez, le valen madre los feminicidios y los homicidios contabilizados por miles. La Falla de Don Andrés es la que nos debe preocupar porque, mientras los subordinados militares dan cátedra de ser excelentes músicos, quien dice ser su Comandante Supremo, no llega ni al “Burro que tocó la flauta” y, por si fuera poco, se siente Benito Juárez pero, el único rebaño que tiene bajo su control, es de unos borregos que todo le aplauden…-; vámonos ya, mendigo Zángano, no entenderás hasta que me quiten este sagrado espacio. – No sea Julián we -.