Todos los pueblos del mundo tienen una bandera que es símbolo de su identidad. Así pues, siguiendo esta tradición heráldica de los pueblos, México tiene su propia bandera, incluso desde que el padre Hidalgo pronunció su arenga libertaria aquel 16 de septiembre de 1810, en la parroquia del pueblo de Dolores, tomó como estandarte de aquel pueblo que anhelaba su independencia, la imagen de la virgen de Guadalupe, no solo por el credo católico que profesaba, sino porque era el ícono religioso de todos los habitantes de la colonia llamada Nueva España. El libertador Morelos también enarboló su propio estandarte que tenía un águila y una inscripción en latín que significaba “con los ojos y las uñas, igualmente victoriosa”. Pero fue en 1821, cuando se diseñó la bandera de las tres garantías con los colores blanco verde y rojo, con una estrella dorada de ocho puntas en cada franja, colores que fueron cambiando su orden, símbolo y significación, a partir de que se consolidó el Estado mexicano en 1824. Sin embargo, durante la etapa histórica de aquella sociedad fluctuante –como la llamó Jesús Reyes Heroles- la disputa ideológica y política entre los bandos liberal y conservador, consecuentemente desdibujaron el lienzo patriótico de nuestra identidad nacional. Fue hasta que el presidente legítimo de México: Benito Juárez, ordenó el diseño de nuestra bandera nacional con los colores verde, blanco y rojo ordenados verticalmente y llevando estampada en el color blanco el águila devorando una serpiente –tal como lo relata la leyenda de la fundación de Tenochtitlán- como símbolo primigenio de nuestros orígenes y de nuestras luchas por alcanzar la libertad, la independencia de la corona española y de cualquier otro poder colonial; así como de nuestra soberanía política como pueblo para auto determinar nuestro destino histórico, que según la letra de nuestro himno nacional “por el dedo de dios se escribió”. Como estudioso de la Historia y del Derecho, que he sido durante largos años de mi vida, no puedo reconocer como banderas de mi patria, aquellos lienzos que diseñaron los invasores extranjeros y los usurpadores del poder de la nación mexicana, pues sólo le corresponde elegir al pueblo de México como único depositario de la soberanía nacional, según el hecho fundacional que se sustenta en el principio PACTA SUNT SERVANDA. Cuando el presidente Venustiano Carranza rompió con el decadente y espurio régimen porfirista; sustentándose en la tradición constitucional de 1857, ordenó que se plasmara en el lienzo el águila republicana de perfil. Fue en febrero de 1984 cuando el entonces presidente Miguel de la Madrid propuso la legislación sobre los símbolos patrios a fin de normar su uso con el debido respeto y protocolo, de acuerdo al ceremonial correspondiente.
Finalmente, quiero compartir esta reflexión: cuando tuve la oportunidad de cursar mi educación primaria en el internado Hijos del Ejercito N° 8, recuerdo que cada 24 de febrero hacíamos el juramento de bandera en la siguiente forma: “¿Protestais solemnemente defender nuestra bandera hasta alcanzar la victoria o perder la vida?” Y respondíamos al unísono: Sí protesto. En estos tiempos de reafirmación de los principios y valores de mexicanidad que está impulsando el nuevo régimen político presidido por Andrés Manuel López Obrador, esperamos que nuestras autoridades educativas fomenten la historia y el civismo y con ello nuestra identidad como mexicanos, para que las presentes y futuras generaciones vivan plenamente el compromiso de solidaridad nacional por encima de nuestras diferencias políticas, para que seamos una nación fuerte y respetada por el resto de las naciones del mundo.