El amasiato entre el PAN y el PRI no nació en 2021, su origen data desde 1988 cuando las elites de estos partidos se unen para validar el triunfo electoral de Carlos Salinas de Gortari, quien a su vez les empezó a entregar gubernaturas para legitimarse con un halo de demócrata, pero todo fue producto del pago del favor.
Posteriormente, en las reformas neoliberales como la privatización de los bienes del Estado así como los incrementos del IVA. Todos esos cambios salieron adelante gracias a la conjunción de las bancadas parlamentarias del PRI y el PAN.
En 2006, el denominado PRIAN se hizo patente una vez más para frenar la llegada de Andrés Manuel López Obradora la Presidencia de la República, los gobernadores del norte del país, comandados por Elba Esther Gordillo, movilizaron las estructuras priistas en favor de Felipe Calderón y los candidatos al Congreso de la Unión.
En 2012, ya con la participación del PRD y con las maletas de billetes entregadas por Emilio Lozoya, sacaron adelante las denominadas reformas estructurales bajo el denominado Pacto por México, cuyos cambios al día de hoy, están prendidos de alfileres.
Todo lo anterior es en el plano nacional, sin embargo, en el ámbito local también ha operado el PRIAN. En la década de los 80 y principios de los 90s, el PRI buscó candidatos a alcaldes capitalinos provenientes del empresariado para jalar el voto panista.
No obstante, fue a partir del 2007 en que la postulación de Jorge Herrera Caldera como candidato del PRI a la Presidencia Municipal, identificado plenamente con los postulados de derecha de Acción Nacional, provocó no solo que muchos simpatizantes del PAN votaran por el PRI sino que se enrolaran en sus filas para obtener posiciones de poder.
Como podemos apreciar, esta alianza no es nueva ni mucho menos como para admirarse de su composición porque han operado en distintos tramos de la historia política tanto de México como Durango; ahora solo falta ver qué veredicto le da la ciudadanía en las urnas electorales.
