Opinión | Las tortillas

-Oye we…-; dime Mequetrefe. – Sin querer, escuché que platicabas…-; en serio ¿Sin querer? Si te la pasas de metiche como habitante de vecindad we. – ¡Oh! Neta que fue sin querer. Yo sólo pasaba por ahí y escuché que te estabas agotado por subir y bajar las escaleras. Para eso me gustabas pinche cabeza de bulbo. Ya estás ruco. – Mira nada más. Y tú has de ser un puberto, mendiga Sanguijuela…; – pues yo no me ando cansando al grado de tirar la víscera tan sólo por subir dos escaleritas we -. Tú que vas a saber de eso si siempre has sido un Parásito que vive de mí.

– Y tú qué vas a saber de lo que es cansarse si no tuviste una jefecita como la mía – ¿A poco tienes we? – A poco tengo qué pinche Tío Lucas…-; historias de cansancio.  – Ya vas a comenzar con tus agresiones en mi contra…-; no we. Sólo lo pensé en voz alta.

– Para que te lo sepas. Creo que ni tú mismo tienes idea de lo que es cansarse en serio… -; a ver cuéntame. Ahora te toca a ti Zángano. – Pues claro que te cuento. Nada más para que dejes de andar de chillón we -. Pues como dices… Venga.

– Hace algunos años. Cuando era un adorable pequeñuelo que usaba sus pantalones con parches en las rodillas y zapatitos de goma que ¡ah! Como me gustaban; del peinado ni hablar, ese que mi jefecita hacía lucir desde temprana hora, antes de enviarme a la escuela. Mismo que duraba desde entonces y hasta entrada la noche -. Seguro usaba un buen gel que te daba esa duración en el peinado. – Simona la Peinadora we. Un buen limón exprimido a conciencia, era suficiente para aplacar mi cabello rebelde; y de vez en cuando, uno que otro gajo, fue parte de la decoración en la choma -.

No manches ¿Neta? – Simona la Estilista we. Pues qué te crees. Que mi jefecita iba a andar gastando el recurso en frascos de gel. Nel. Además. Ser peinado de esa manera tenía sus ventajas…-; a ver ¿Cómo cuáles?

– Pues mira. En primer lugar, el viento me hacía lo que a Juárez. Dos, me veía siempre guapito…-; jajaja, más bien te veías curiosito mendigo Tábano…; – pues mi jefecita me decía que me veía guapito… A no ser que me lo dijera para que me dejara peinar así. Eran muchas las bondades de mi peinado. Pero… Siempre hay un pero… -; por qué we…; – pues porque en época de calor, cuando casi te derrites por la inclemente presencia del Astro Rey; cuando por alguna razón te echaste una carrerita y te comenzaba a escurrir el sudor hasta llegar a tus ojitos; jijo de su madre, era un ardor que ni Santo Dios te lo aplacaba -.

Pero a ver. Siempre eres tan bueno para cambiarme las conversaciones. Hasta pareces político mendigo Pelafustán. Que tiene que ver el limón con el cansancio…; – Pues te estaba contextualizando we.

Resulta que en eso años tan maravillosos. Yo era el traidor de la familia…-; por qué el traidor…-; pues porque yo era el que traía la leche, el pan, las tortillas, el mandado y así.

Me acuerdo muy bien que la primera vez que bajaba y subía las escaleras, y que no son las dos que subes con cinco escaloncitos, era cuando nos íbamos a la escuela; yo tenía que subir cuatro escaleras… 60 escalones que llevaban al quinto piso en donde estaba nuestro chante. Y una vez regresando comenzaba el peregrinar: “Hijo, vete a las tortillas”.

Esa ida a las tortillas era el principio. Porque era, además de las escaleras, hacer un recorrido cuasi turístico hasta la colonia de enfrente, que era donde estaba la única tortillería del rumbo.

Recuerdo que aquellos años, por la zona, había un apogeo de construcciones. Altos edificios que ahora son parte del paisaje urbano.

Si corría con suerte, encontraba en la fila de las tortillas unas cinco o diez personas; por lo cual el tiempo aproximado en la fila no iba más allá de diez minutos. Pero jijo de su madre, si te llegabas a encontrar en la fila al grupo de albañiles que eran comisionados en las distintas obras para ir a comprar las tortillas…-; qué tiene que fueran albañiles mendiga Sabandija…; – si no lo digo porque fueran albañiles we; lo digo porque cuando te los encontrabas antes que tú, era sinónimo de estar formado por lo menos una hora y hasta más. Porque te digo que eran los comisionados. Algunos llevaban hasta 30 o 40 kilos. Ya nada más veías que cerca de la tortillería estaban estacionadas dos o tres carretillas. Y tenías que mentalizarte que no saldrías pronto de ahí.

Ya cuando lograbas sobrevivir a ese martirio. Llegar a la casa muerto de calor. Arrastrando los pies y sacando la lengua. Con ganas de tumbarte en la cama pero la jefecita ya esperaba tras la puerta con su consabida frase de: “Ay hijo, se me olvido el aceite… vete volando aquí al Tianguis”.

Lo peor es cuando regresabas con el aceite, ya te esperaba otro: “Ay negro, se me olvido esto…”; luego: “Se me olvido aquello…” y así, era el cuento de nunca acabar; porque después era la ida al pan, a la leche. Y ahí andaba el wey del Alter pa´rriba y pa´bajo una y otra vez; incansable.

Total que, cuando había ratos libres para jugar, ya me daba flojera hacerlo porque ya no quedaban fuerzas para cargar la bicicleta o el “carro deslizador marca Avalancha” y bajar cinco pisos con ellos we.

Así que no te azotes con diez escaloncitos we -. Pobrecito. Vente. Te invito unos tacuches con “El Cuñao”.

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