Llega noviembre, y con él los altares de muertos y sus ofrendas con sus tradicionales calaveritas de azúcar. Desde finales de octubre, los colores, olores y sabores comienzan a anunciar una de las festividades preferidas de los mexicanos: el Día de Muertos.
Y es que la muerte, para los antiguos mesoamericanos era sólo la conclusión de una etapa de vida que se extendía a otro nivel. En la práctica era común conservar cráneos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban el término de ese ciclo.
A la llegada y conquista de los españoles, los rituales que iban en contra de los preceptos de la religión católica fueron prohibidos y en muchos casos, ante la resistencia de los pueblos indígenas por eliminarlos, se sustituyeron por otros.
ORÍGENES PROFUNDAMENTE CATÓLICOS; NO PREHISPÁNICOS
Es importante destacar que aunque podría parecer que es una herencia prehispánica, en realidad, las calaveritas de azúcar están más relacionadas con las prácticas religiosas europeas. Anteriormente, el tzompantli era una forma de honrar a los dioses con los cráneos de los vencidos en la guerra, una costumbre que fue prohibida por los misioneros y que se remplazó con los dulces moldeados en forma de cráneos para conmemorar a los muertos.
Su tamaño también está íntimamente ligado con la religión católica: Las calaveritas grandes hacen honor a Dios Padre Eterno, las medianas a la muerte, o mejor dicho, la mortalidad del ser humano; y las chicas son una representación de la Santísima Trinidad.
Ahora bien, hablando de todos los símbolos que caracterizan a este día, tales como trazar un camino de flores de cempasúchil, colocar tamales, pulque y camote, adornar papel picado con calaveras, flores y otros motivos tradicionales; podemos decir que nos remiten, indudablemente, a la cultura prehispánica. Sin embargo, estos elementos no son una invención de la cultura mexicana, así como tampoco las ofrendas que se colocan en la madrugada del día primero de noviembre.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), estos son propios de la Europa medieval y son costumbres católicas y profundamente jesuitas y se alejan bastante de la tradición prehispánica.
Por un lado, las fiestas de Todos los Santos y de Fieles Difuntos son rituales que se inventaron en la Francia del siglo X por el Abad de Cluny, quien decidió rescatar la celebración en honor de los macabeos, familia de patriotas judíos reconocidos como mártires en el santoral católico el día dos de noviembre y dispuso el día anterior para celebrar a los santos y mártires anónimos, aquellos que no poseen nombre ni apellido, ni celebración en el calendario ritual católico.
Se dice que la técnica de fabricación de la calaverita de azúcar es de origen árabe, misma que fue adoptada por los españoles y traída a México; y consiste en el alfeñique, donde se mezcla azúcar de caña, clara de huevo, gotas de jugo de limón y una planta llamada “chaucle”.
Innegablemente, la calaverita de azúcar es una de las piezas que no puede faltar en los altares de Día de Muertos, ya que este dulce de temporada hace honor hacia nuestros seres queridos que ya no están.
Las tradicionales calaveritas de azúcar son decoradas con flores y otros adornos como papelitos de colores, semillas y lentejuelas, inclusive a veces se les colocan los nombres de los difuntos en la zona de la frente a fin de personalizarlas.
Hoy en día, a lo largo y ancho de México, existen calaveritas de todos los tamaños y ya no sólo se producen de azúcar, sino que también las hay de chocolate y amaranto.