Mtro. Sergio Luis Hernández Valdés
Facebook: @SergioHernándezsoc
Correo electrónico: shvaldes1@hotmail.com
En mi familia materna la vocación magisterial estuvo presente toda la vida. Mi madre, todas sus hermanas y uno de sus hermanos la vivieron intensamente. Aún ella, que al casarse debió abandonar su empleo remunerado como maestra de secundaria, toda su vida se mostró ante nosotros, sus nueve hijos, como una verdadera maestra. En aquella época no había Covid ni clases virtuales, pero la recuerdo en la cocina, haciendo sus labores domésticas, con todos nosotros sentados alrededor de la mesa del antecomedor, supervisando que hiciéramos la tarea y dirigiendo a los mayores para que auxiliaran a los menores. Sin gritos, con la serenidad que da saberse autoridad, como madre y como maestra. Eso nunca lo perdió y dejó en todos nosotros, sus ocho hijos varones y una única mujer, el legado de una vocación que sigue vigente, desde luego en mi hermana, pero también en mí y en varios de mis hermanos.
Siempre disfruté enormemente llegar a mi salón de clase y saludar a mis alumnas y alumnos. Permitir que se acercaran al inicio o al final de la clase para escuchar sus aventuras, sus penas y alegrías. Con frecuencia retomaba esas historias, con la discreción debida, para utilizarlas en mis enseñanzas pues mi madre me recordaba con mucha frecuencia que había que llegar al corazón, que la educación no era transmitir conocimientos sino acompañar en el crecimiento y en la formación de seres humanos. Ahora como catedrático universitario, con más de 35 años como docente, reafirmo la convicción de que muchos maestras y maestras, de todos los niveles educativos, comparten lo que mi madre nos mostró acerca del significado de la vocación magisterial.
Con profundo pesar, he de reconocer que la pandemia y la virtualidad han introducido elementos que han modificado la manera como concibo y ejerzo la docencia. Y como yo, cientos y miles de maestras y maestros que han tenido que vivir el estrés de asegurar la conectividad del internet, el manejo de la fría tecnología, pero sobre todo el tener que cambiar la conexión del corazón por la conexión con una pantalla. Eso ha sido lo más difícil. Ha implicado aprendizajes desde luego y retos que se han podido ir superando, pero las secuelas de la virtualidad en la educación creo que aún no la podemos dimensionar. Para bien y para mal.
Hablemos del estrés en los maestros, que antes dejaban la camiseta de mamás y papás en la escuela de sus hijos para ir sólo como maestra o maestro a sus aulas. Ahora la maestra sigue siendo madre y el maestro sigue siendo padre, en el mismo espacio, incluso han tenido que construir sus propias aulas en un rincón de sus casas y han de atender la educación de sus alumnos al tiempo que están al pendiente de la educación de sus hijos, de sus alimentos, de su vestido y arreglo personal… ¡Uf! Ha implicado acuerdos y desacuerdos en las parejas, modificación de vínculos y rupturas. Ha implicado gastos no previstos, utilización diferente del tiempo y de los espacios, de las rutinas, sin contar con la atención que han estado requiriendo los adultos mayores, que con mucha frecuencia conviven como abuelos en las casas de las maestras y los maestros.
Además del estrés que ya de por sí implica la presencia del Covid en nuestras vidas, sobre todo por las implicaciones que tiene en nuestra salud y la de nuestros familiares y amigos, los maestros y maestras vivimos, junto con nuestros alumnos, la incertidumbre por saber cuándo y cómo regresaremos a las aulas. Tal vez ya nunca será igual, como antes. La nueva normalidad aún no toca las puertas de las escuelas. Esperemos que pronto podamos ver a niñas y niños, adolescentes, jóvenes, conviviendo, riendo, jugando, peleando, saltando, noviando en las canchas, en los patios, en los salones, en esos espacios que ahora lucen desiertos y que nos recuerdan que nuestra vocación magisterial requerirá cambios y ajustes que aún nos cuesta trabajo procesar.
¡Hasta la próxima!