Mtro. Sergio Luis Hernández Valdés
Sociólogo y terapeuta familiar y de pareja
Me faltaba escribir sobre ellos. Y sobre mí. Papás que deciden adoptar a un hijo, a una hija o a varios. Que deciden asumir una responsabilidad que los padres biológicos no pudieron hacer. Papás que deciden asumir una responsabilidad que la sociedad no ha podido hacer.
La primera pregunta que se me viene a la mente y a la memoria es “¿Por qué?”. Y ahora, después de más de más de 10 años de haberlo hecho, es la pregunta que les hago a quienes lo han decidido o están por decidirlo: ¿Por qué?
Como la mayoría de los eventos significativos de nuestra vida, tardamos en tener claras las razones de nuestros actos, las razones por las que lo decidimos. No es la excepción en los casos de adopción. Por lo menos, no en mi caso. “Si tú no estás de acuerdo yo no puedo sola”. No contesté nada. Solamente pregunté qué se necesitaba y al otro día empecé a juntar los papeles. Tardé en comprender que mi propio padre había adoptado a cinco sobrinos, hijos de su media hermana. Fue en honor a él, una lealtad al linaje paterno para continuar sanando una relación difícil con el abuelo… y el bisabuelo. La Vida, Dios, el Destino, como queramos llamarlo, nos coloca en el lugar y en el momento preciso para que ocurran las cosas que debemos de vivir para trascender y sanar las heridas propias y de nuestro sistema familiar.
Cuando conozco a personas que han decidido andar este camino, difícil, lleno de baches y piedras filosas que lastiman, les pregunto si ya encontraron el porqué de su decisión. Suelen darme los motivos aparentes, los evidentes, pero cuando les platico mi historia de revelaciones (que por cierto, aún no termina), se les abre el horizonte y van más allá de la historia oficial, del cuento que se han contado y empieza la comprensión: historias de familia de las más variadas y algunas hasta inverosímiles, secretos escondidos, abusos, abandonos, en suma, lealtades invisibles, dinámicas ocultas que la llegada de ese pequeño, esa pequeña, o esos no tan pequeños o esas no tan pequeñas permiten que puedan aparecer y decirse, mostrarse.
Visto así, ser papá no biológico es siempre una oportunidad para crecer y sanar. Los hijos y las hijas de acogida nos muestran facetas de nuestra vida y de nuestra familia que no habíamos visto. Claro, siempre y cuando queramos verlo. Porque también conozco casos de quienes decidieron “aventar la toalla” y dejar a la mamá la responsabilidad de sacar adelante a los hijos o hijas. Porque siempre es más fácil responsabilizar a otros cuando se ponen difíciles las cosas. Y vaya que no es fácil ser papá no biológico.
Pasemos a esta parte. ¿Por qué es difícil? Hay muchos factores. Veamos dos de los más frecuentes.
• Cuando la adopción se decide desde la necesidad de los padres (porque no podían tener hijos biológicos, porque hubo alguna pérdida, porque había dificultades en la pareja…) y no desde la necesidad de los niños, porque nunca se podrá llenar esa necesidad, que además va plagada de expectativas que difícilmente se pueden cumplir.
• Cuando no se les da un “buen lugar” a los padres biológicos. Si se habla mal de ellos, o no se habla, peor aun cuando los hijos no saben que son adoptivos, las cosas se complican y por lealtad inconsciente los hijos no “toman” a sus padres adoptivos generando un sin número de complicaciones. Lo mismo ocurre cuando los padres no biológicos pretenden “ser mejores” que los biológicos.
Ser papá no biológico es un acto de amor. Así hay que verlo. Es un acto de amor que la vida recompensa cuando asumimos nuestra responsabilidad desde un buen lugar. Tal vez la recompensa mayor sea que nos permita sanar heridas propias y de nuestro sistema. Lo que hacemos por nuestros hijos, por nuestras hijas de acogida desde luego que les permitirá andar su camino en condiciones de mayor plenitud. Igual que a los hijos biológicos, a los papás nos toca únicamente darles un “rite” en su camino. Más temprano o más tarde, se bajan de la camioneta que manejamos y deciden su propio destino.
¡Hasta la próxima!
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